fbpx
Madurez emocional: enfrentarnos a la verdad de las deficiencias de nuestros padres

La madurez emocional tiene que ver con enfrentarnos a la verdad de las deficiencias de nuestros padres, sin intentar conseguir lo que queremos o necesitamos de ellos y aceptándolos como son.

Parte del desarrollo psíquico que significa lograr cierta madurez emocional está vinculado a 3 aspectos que tienen que ver con dejar atrás una etapa infantil, pero que es algo que no siempre resulta sencillo y que se suele mantener en menor o mayor medida también durante la vida adulta.

Reconocer las deficiencias de nuestros padres

Muchas veces hay una idealización a su figura o hasta una creencia de que estuviera prohibido rechazar a los padres. Esta parte implica reconocer sus sombras, de ambos, sin juicios, sin buenos y malos, sin víctimas y victimarios. Reconocer la verdad en aquellos aspectos deficientes de su personalidad, aquellas cosas que nos han dolido o han significado una herida para nosotros.

Dejar de intentar conseguir lo que queremos o necesitamos, que no tuvimos o que nos siguen sin dar

Las heridas en la infancia suelen estar vinculadas a una deficiencia, a una falta, a eso que necesitábamos y no tuvimos, algo que solemos llevar con nosotros durante la vida adulta, no solo reclamándolo o continuando esperando de ellos, sino también de forma inconsciente trasladando esas necesidades a nuestra pareja o hijos. Soltar esto implica dejar de esperar que sean otros quien nos lo den, e inconscientemente, dejar de reclamarlo emocionalmente a nuestros padres.

Aceptar quienes son, que hicieron lo que pudieron, y que no tenemos el derecho de hacerlos cambiar

Aceptar al otro tal cual es una gran dificultad, en todos los vínculos. Solemos tratar de que sean los otros que se acomoden a nosotros y a nuestras necesidades, y precisamente con los padres, y por las implicancias que tuvieron en nuestras heridas, suele ser algo muy presente. Aceptar significa dejar de querer que cambien, que sean distintos, que hagan o sean de la manera que nos vendría bien, asumir que no son ellos que tienen que cambiar, sino nosotros en dejar de querer que cambien.