
Este fin de semana vi la miniserie Adolescencia en Netflix. Uno de los temas que la serie toca es la relación de cierto grupo de jóvenes con las mujeres, presentándonos el concepto de “incel”, que se refiere a hombres que no logran tener relaciones románticas o sexuales, culpando a las mujeres por esto, usando argumentos como que son crueles, manipuladoras, superficiales o que solo se fijan en la apariencia física o el estatus social.
El protagonista de la serie, Jamie Miller, quien es arrestado por haber asesinado a una compañera de su colegio, representa este tipo de jóvenes. Muchas de estas personas tienen una imagen, en términos generales, de la mujer, dañada y distorsionada, que, al mismo tiempo que las idealizan, las demonizan. Esta dualidad revela conflictos internos no resueltos.
Hay dos aspectos fundamentales que usaremos para este análisis. Carl Jung definía que todos, en nuestro interior, tenemos la imagen de nuestra contrapartida sexual. El hombre tendrá, por lo tanto, una imagen de su mujer interior, y la mujer, de su hombre interior. Esta imagen es la que usará para relacionarse con el otro sexo.
El vínculo que entablamos en las relaciones con nuestra contrapartida sexual está determinado, sobre todo, por la imagen complementaria que hemos construido en nuestro interior durante la primera etapa de la vida, en este caso, basada en la madre, el padre y en la relación entre ellos.
El rechazo o incluso el bullying que reciben de las mujeres es un indicio de algún conflicto emocional no resuelto con esa imagen interior, en el terreno de lo materno, que puede ir desde el rechazo, la falta de validación, la ausencia de deseo, el abandono de su madre, o también puede ser un reflejo de cómo el padre trata o ve a las mujeres, siendo la relación de pareja la principal fuente de aprendizaje.
Esa imagen, que suele consolidarse en la adolescencia con los primeros encuentros con el otro sexo, se lleva a la vida adulta, siendo la fuente de inspiración de nuestro inconsciente para encontrar y acercarnos a ciertas relaciones.
Otro aspecto relevante es que, a través del sexo opuesto, también hacemos una construcción de nuestra propia imagen, alineada a nuestro sexo, dándole validez o no a quienes somos; en este caso, a su imagen de hombre y aspectos de su masculinidad.
En este caso, estos jóvenes, o como el protagonista, quien se ve a sí mismo feo e incapaz de ser atractivo para una mujer, reflejan también una imagen de hombre que construyó como insuficiente y defectuosa.
Hay un mito que representa esto: Hefesto, el dios griego del fuego y la forja, nace feo y cojo; es rechazado por su madre Hera, quien lo arroja del Olimpo, y luego es traicionado por su esposa Afrodita, quien lo desprecia por Ares. Hefesto encarna una masculinidad herida, buscando siempre ser amado e integrado al resto de los dioses.
El asesinato, como extremo de la violencia, un aspecto destructivo de la masculinidad, es simbólicamente:
- Un intento de reparar su imagen de hombre, destruyendo lo que cree es la fuente de ese sentir, la mujer.
- Un reflejo de la propia incapacidad de gestionar ese mundo interior.
- La muestra de estar atrapado en el resentimiento y capturado por impulsos inconscientes.
No debemos olvidar que, en esta época actual, estos elementos se ven alimentados por el excesivo consumo de redes sociales, la pornografía, la cantidad de tiempo que los padres están fuera del hogar, la falta de comunicación y atención, y también por la aparición de referentes públicos que representan una masculinidad distorsionada, fomentando aspectos tóxicos que sostienen y alimentan estos conflictos.