Carl Jung decía que todos, en nuestro interior y en nuestra psique, contamos con dos grupos de aspectos, masculinos y femeninos.
Los aspectos femeninos son justamente lo que más han sido machacados, minimizados y silenciados. Fueron estos lo que se menospreciaron a favor de realzar los aspectos masculinos, creyendo que estos tienen más valor que los otros.
A medida que fue pasando el tiempo y se mantenía este desequilibrio, todos lentamente nos hemos ido alejando de esos aspectos femeninos, hemos creído que la importancia en la vida está en desarrollar y darle más reconocimiento a aquellos atributos masculinos: la conquista, la productividad, la competencia, el resultado, la acción, lo material, el orden, la disciplina y la individualidad.
Cuando hacemos esto, relegamos y deterioramos nuestro mundo femenino interior: la confianza, el proceso, la escucha, la receptividad, la empatía, la proximidad, la intuición, la cooperación, la nutrición, la disponibilidad de apoyarse y apoyar a otros y el mundo emocional.
Esto perjudica sobre todo a la mujer por su orientación natural hacia estos aspectos, pero también al hombre, porque en definitiva todos necesitamos y tenemos que desarrollar estos aspectos en nosotros.
Reconocer, darle lugar e importancia al mundo femenino es una tarea de todos. El hombre reconociéndolo tanto en las mujeres que le rodean como en su propio mundo interior, integrando esos aspectos como algo propio. La mujer reconociéndolo, aceptando y valorando todos estos aspectos como propios y parte de su ser.
Mientras más nos alejamos de los atributos femeninos, más caemos en una vida de individualidad, competencia, exigencia y desconexión con la vida, olvidando que es lo femenino lo que nos conecta con la vida, con el sentido de la vida y con el significado de sentirnos vivos.