Cuando hay una separación o hay muchos conflictos entre los padres, una cosa es lo que el hijo sufre, el dolor que por supuesto produce todo eso, pero muchas veces hay repercusiones invisibles, que condicionan su desarrollo y que pasan desapercibidas, vinculadas sobre todo a los estados emocionales de los padres.
El rol que un hijo puede asumir en esos momentos está relacionado con el lugar que trata de llenar dentro de la relación de pareja y en relación con sus padres. Sobre todo vinculado a quien sufre más en los conflictos o en la separación.
Roles que se suelen asumir sobre todo hacia la madre, quien representa en esa etapa el vínculo afectivo más fuerte y con más implicancia emocional.
Roles como convertirse en el cuidador de mamá, dedicarse a solucionar los conflictos entre los padres, ser el mensajero entre uno y el otro, hasta simbólicamente casarse con ella para ocupar el espacio que el padre no puede ocupar.
Estos roles no suelen ser de todo conscientes, las veces que más impacto generan por lo general son cuando el hijo los asume en una etapa de su desarrollo, que al no tener su personalidad del todo desarrollada estos conflictos comienzan a definir quién es él.
Estos posicionamientos se suelen llevar a la vida adulta, donde muchas veces pasan los años y ese adulto sigue siendo aquello que decidió ser cuando era muy pequeño.
La forma que tenemos que posicionarnos frente a los conflictos que vivimos, suele ser más condicionante que el conflicto en sí, porque esa posición tomada determina nuestra forma de vincularnos con eso, cómo respondemos a los conflictos, qué responsabilidad hemos asumido y cuáles serán nuestras implicancias emocionales a futuro.