La mejor manera de enseñar a que un hijo se ame, es amándonos.

Todos, y los niños mayormente, aprendemos del entorno mediante unas neuronas que se llaman neuronas espejo. Estas neuronas nos permiten aprender de lo que vemos en nuestro ambiente, mediante imitación.
Lo más importante de esto es que estas neuronas no solo detectan lo que vemos u oímos, lo que está sucediendo, sino que logran comprender la intención que hay atrás de lo acción que estamos viendo.

Acá es cuando entran en juego las emociones. También tenemos la capacidad de aprender de las emociones, aunque estén ocultas.

Si queremos enseñar a amar, tenemos que amarnos.
Eso implica respetarnos, cuidarnos, apreciarnos, ser coherentes internamente, etc. Y no basta con decirlo o aparentarlo, hay que sentirlo, hay que vivirlo.

Si estamos obligándonos continuamente a hacer cosas que no queremos, eso no es amarnos.
Si estamos en un lugar que no queremos estar, pero estamos porque nos sentimos obligados, eso no es amarnos.
Si no expresamos nuestras emociones por miedo, eso no es amarnos.
Si depositamos nuestras necesidades en el otro, eso no es amarnos.
Si nos juzgamos, eso no es amarnos.

Podemos hacer de todo para enseñar, pero es fundamental la coherencia entre lo que hacemos, lo que decimos y lo que sentimos.

Por eso es importante el trabajo interior sobre uno mismo, para que como consecuencia, nuestro entorno, y también los hijos, reciban todo eso que sentimos hacia nosotros mismos.