Nuestras relaciones funcionan como un gran espejo que nos enfrenta continuamente a nosotros mismos, tanto las cosas que nos gustan del otro como las que nos molestan, en cierta medida, todas hablan de nosotros.

Es como si se tratara de ir reconociendo aspectos nuestros, que por alguna razón no estamos pudiendo o queriendo ver. De esta manera proyectamos nuestras cosas en los demás, y las relaciones son el gran lugar donde depositamos de forma inconsciente esos aspectos.

Cuando estamos frente a algo que nos molesta, no nos gusta o nos duele, estamos frente un perfecto indicio para ir a descubrir algo que es nuestro.

Al final, una relación que nos presenta una dificultad termina siendo un gran maestro que tenemos delante, es alguien que nos está ayudando a descubrir partes propias que estamos rechazando pero que necesitan ser reconocidas.

No es casualidad que muchas veces terminamos repitiendo los mismos patrones, el mismo tipo de relación o el mismo tipo de dificultad, cada una de nuestras relaciones tiene algo para enseñarnos, y cargar al otro con el “problema” lejos está de permitirnos comprender que al final estamos frente a nosotros mismos y a una oportunidad de aprendizaje.

Presta atención a tus relaciones, ese otro solo te está mostrando algo que te pertenece.