Para nuestro inconsciente, el trabajo es una representación simbólica de nuestra familia, y ahí solemos manifestar los conflictos y repetir las dinámicas de nuestro núcleo familiar.
La familia es un gran organizador de roles, posiciones y dinámicas. Los conflictos que ahí se presentan suelen ser los mismos que llevamos con nosotros a otros grupos sociales. El trabajo es uno de ellos, en donde las relaciones verticales y horizontales juegan un papel similar al de las relaciones dentro de la familia.
Hay una diferencia importante entre estos dos ambientes y es que el trabajo suele tener menor implicancia emocional, por lo tanto, ahí solemos proyectar con más facilidad aquellos conflictos que tienen su raíz dentro del ámbito familiar, pero que no hemos logrado gestionar o integrar.
No es extraño encontrarnos con un jefe o jefa que tiene aspectos que nos recuerda a nuestros padres, con compañeros que nos muestran aquellas partes nuestras que mantenemos en nuestra sombra o vernos impedidos a crecer en cierta dirección porque a la empresa (familia) no nos apoya.
Los conflictos familiares no resueltos tienen una carga emocional que no es sencillo liberarse de ellos, y un intento de reconocerlos es hacerlos presentes en nuestra vida a través de dinámicas sociales similares, que guarden cierta conexión simbólica con la familia.
Los conflictos en el trabajo no los solemos conectar con aquello que también nos está afectando a nivel familiar, los vemos como cosas separadas cuando no es así.
El asunto siempre es cómo podemos estar evitando o no resolver las cosas dentro de nuestro núcleo familiar.