Los años han pasado y la vida ha cambiado. Los hijos a medida que crecen comienzan a dejar ciertos vacíos, lugares que antes ocupaban y requerían la atención y la dedicación plena de los padres, ahora comienzan a desaparecer, algo que es natural, pero que también lleva consigo varios conflictos.
La pareja ya no es la misma, ambas personas ya no son los mismos. La vida ha cambiado y cada uno ha cambiado con la vida. Los deseos, las necesidades, los momentos, todo ha cambiado, pero eso no significa que ya no haya nada para hacer, al contrario, es una etapa que esconde una gran posibilidad.
Esta nueva etapa puede ser de reinvención, tanto individual como de la pareja, donde nuevas formas, nuevos encuentros, nuevos comienzos pueden empezar a darse. Permitir y abrirse al vacío de los hijos es una invitación a volver al encuentro, con la pareja, pero también con uno mismo.
Hay un conflicto bastante habitual en esta etapa y es el apego hacia los hijos, la necesidad de que sigan cerca, de que no sean del todo independientes, de que sigan necesitando de los padres, algo que limita la propia individualidad de ellos al punto de ser muchas veces un gran impedimento inconsciente para que hagan su propia vida.
Toda etapa de la vida esconde posibilidades y esta no es la excepción. Volver a la propia individualidad, soltar el rol de padres para conectar con uno mismo, con aquello que fue y con lo que ahora es, y al mismo tiempo, ir al encuentro de la pareja, volver a descubrir a esa otra persona y poder reencontrarse.