Cuando comenzamos el proceso de resolver nuestros conflictos, es fundamental comprender algo importante:
Existen dos mundos, el interno y el externo.
El mundo interno está compuesto principalmente por nuestras emociones, pensamientos, decisiones, acciones, comportamientos y actitudes.
El mundo externo está conformado por los demás, especialmente por nuestras relaciones más significativas—padres, hijos, pareja—y sus propias decisiones, acciones, comportamientos y actitudes.
Estos dos mundos están conectados de tal manera que uno influye en el otro y viceversa. Lo que sucede en nuestro mundo externo afecta nuestro mundo interno, y nuestro mundo interno impacta nuestro mundo externo.
Un conflicto surge cuando algo en nuestro mundo externo entra en choque con nuestro mundo interno, generando un desequilibrio emocional que se manifiesta en sentimientos, estrés, bloqueo, entre otros.
Cuando enfrentamos un conflicto, en realidad estamos presenciando la interacción entre estos dos mundos: un mundo interno con cierto grado de desequilibrio y un mundo externo que, en apariencia, mantiene su estabilidad.
Resolver un conflicto implica, en esencia, recuperar nuestro equilibrio interno. Sin embargo, esto no es posible sin realizar cambios en nuestras decisiones, acciones, comportamientos o actitudes. Dichos cambios, a su vez, generan un impacto en nuestro entorno, provocando un desequilibrio en el mundo externo, pues cualquier transformación en nosotros repercute en quienes nos rodean.
Especialmente en la familia, que es un sistema emocional que se mantiene en equilibrio porque cada miembro ocupa un rol y una posición determinada. Cuando uno de estos elementos cambia, todo el sistema debe reacomodarse, lo que inevitablemente genera ajustes y, en algunos casos, conflictos.
Es normal que, en el proceso de resolver nuestros conflictos, nuestro entorno se vea afectado. Como mencionamos antes, recuperar nuestro equilibrio interno implica modificar algo en nosotros, lo que conlleva que los demás deban responder a esos cambios.
Debemos aceptar que esto puede suceder y desarrollar la capacidad de sostenerlo. De manera natural, el sistema intentará restaurar el equilibrio previo, tratando de devolvernos al lugar en el que estábamos antes para evitar esfuerzos y grandes transformaciones. Sin embargo, ceder a esto significaría volver al desequilibrio interno.
Nuestro entorno puede aceptar nuestros cambios o no, pero eso no debe impedirnos realizarlos. No hacerlos significa perpetuar el conflicto y mantener el equilibrio externo a costa de nuestro bienestar interno.
No podemos esperar a que el mundo externo cambie para que nosotros nos sintamos bien. La responsabilidad de realizar ajustes internos y sostenerlos es exclusivamente nuestra.