Si hoy te pregunto en que momentos de tu vida te sentiste más vivo ¿Qué responderías?

Pensalo por dos segundos…

Seguro los momentos que recordaste fueron los de mayor alegría o felicidad, esos donde te sentías pleno, confiado, disfrutando, etc.

Fácilmente asociamos estar vivos a la felicidad, a lo que nos llena y a todo lo que de alguna manera disfrutamos.

¿Qué pasa con esos momentos de tu vida dónde parecía que estabas en la oscuridad total? Porque seguro también están.

Esos momentos donde ni siquiera sabías si ibas a salir de ahí y donde no había forma de ver más allá de lo que te estaba pasando también te hacen sentir vivo, pero lo dejamos a un lado, no los queremos tener, no queremos recordarlos y hasta muchas veces los reprimimos.

Cada momento, los buenos y los malos, también son parte fundamental para sentirte vivo. No podríamos valorar unos sin los otros.

Nuestro gran problema es que queremos eliminar uno de los extremos de los opuestos y no nos damos cuenta que nunca fueron opuestos, sino que siempre fueron complementarios.

Tanto la bueno como lo malo, lo lindo como lo feo, lo divertido como lo aburrido forman parte de una unidad que se complementa y se balancea. Una cosa no podría existir sin la otra, están unidas.

Pretender que lo que no queremos no exista automáticamente hace desaparecer al otro extremo. Aprender a movernos entre los extremos, a ser flexibles y a saber transitar cada momento es lo que termina propiciando el equilibro emocional.