Si un padre fuera perfecto, el hijo nunca podría desarrollar su propia individualidad, y eso significa que le resultaría imposible hacer su propia vida.
Si la perfección fuera posible, crearía una simbiosis emocional que mantendría a ese hijo totalmente unido y dependiente a ese vínculo. En definitiva, atrapado.
Son las imperfecciones, los conflictos y los rechazos, los que nos invitan a encontrar en el mundo algo diferente, algo que nos permiten ir construyendo también una versión diferente de nosotros, un camino a construir algo único por nosotros mismos.
Es muchas veces la creencia de los aspectos “conflictivos” no deberían estar o creer que un padre debería de ser todo lo que se supone que tiene que ser, lo que hace que se produzcan conflictos que mantienen atrapado al hijo en rencores, resentimientos o a la espera de que esa persona sea diferente.
Ningún padre puede ni debe ser perfecto, son también sus imperfecciones las que nos benefician.