Aquello que somos, que creemos, y hasta aquello que pensamos y decimos está determinado por la estructura familiar en la que vivimos los primeros años de nuestra vida.

Cada niño es un fiel reflejo del ambiente emocional del sistema que forma parte, y sus dificultades, bloqueos y síntomas son respuestas al ambiente emocional que percibe y recibe desde el sistema.

La vida adulta nunca deja atrás al niño. El niño acompaña al adulto llevando consigo todo lo absorbido, hasta tal punto que el adulto comprender y responder frente a la vida mediante los mismos bloqueos, dificultares y heridas vividas.

El desarrollo positivo de los aspectos de una etapa de madurez, como ser entablar vínculos sólidos y estables, desarrollarse profesionalmente o conseguir estabilidad emocional, dependen en gran medida de los conflictos que aún permanecen vivos en el interior del adulto.

Quien tiene que resolver los conflictos es el adulto, pero quien necesita sanar es el niño.

La resolución de los conflictos las debe emprender el adulto, es nuestro adulto el que resuelve. Nuestro niño poco puede hacer con respecto a eso, porque de alguna manera sigue “dolido” y su posible resolución sigue siendo inmadura. Por eso muchas veces seguimos dentro de los mismo conflictos, porque quien tiene el control es nuestro ‘yo’ dolido y bloqueado.

El adulto es quien debe resolver sus dificultades actuales, desde una mirada adulta, pero sin olvidar que la resolución debe ir en dirección a lo que al niño le sigue doliendo, lo que el niño necesitaba, porque ahí es cuando sucede la “sanación” del niño.

Una niña que vivió abandono de su padre puede de adulta no confiar en los hombres, pero la resolución no pasa por cerrarse más y dejar de vincularse, argumentando ‘no se puede confiar en los hombres’. Sino todo lo contrario. ¿Qué es lo que la niña necesitaba? Confiar, y es esa la dirección que el adulto debe tomar, pese a la dificultad que presenta, debe abrirse a confiar, primero en ella misma y luego en los demás.

La resolución no suele ir en la dirección que refuerza nuestros conflictos, sino en dirección opuesta.