Desde el comienzo somos parte de un sistema familiar preexistente. En ese espacio debemos ocupar un lugar determinado, desde donde vamos dando forma a quienes somos en función de quienes nos rodean.

De forma consciente e inconsciente vamos construyendo una forma de ser que se adapta al sistema del que somos parte.

El crecimiento personal en cierta medida requiere de la inadaptación al sistema en el cual estamos.

Cuando comenzamos a encontrarnos con quien realmente somos, o con quien queremos ser, damos lugar a descubrir nuestros propios deseos y necesidades, y estos no tienen porque estar alineados al sistema del que formamos parte.

Es en esos momentos cuando se hace importante desarrollar la fidelidad hacia nosotros mismos, lo que muchas veces produce romper la fidelidad en ciertos aspectos con nuestra familia, sobre todo con nuestros padres. Eso significará que podemos llegar a molestar.

Evitar este paso es bloquear en cierta medida nuestro propio y singular camino.

Cuando somos nosotros mismos, y nos vinculamos desde eso, siempre habrá personas a las que les gusta como somos, pero también habrá otros a los que no les gusta, y justamente ahí es cuando molestamos.

Molestar es parte del crecimiento. Es generar en otros una proyección sobre nosotros por el hecho de no ser aquello que esperan o quisieran de nosotros.

Cuando no nos atrevemos a molestar nos encontramos en situaciones donde:

Ir en dirección a ser nosotros mismos es permitirnos molestar a quienes nos rodean.