Muchas veces usamos lo que nos sucedió en el pasado, como excusa para no hacer cambios en el presente, sobre todo cuando los cambios necesitan que hagamos alguna modificación en nuestra personalidad o cuando necesitamos salir de nuestra zona de confort.

El rechazo al cambio es una constante, preferimos que cambien otros, que cambie nuestro entorno o lo que nos sucede, antes que cambiar nosotros.

Siempre es más fácil culpar hacia afuera.

Nos olvidamos que el cambio siempre tiene que ser desde dentro hacia afuera, ahí está el verdadero cambio. Cuando el cambio es desde afuera, cuando no hay un cambio real nuestro, simplemente estamos en otro escenario, con otros actores, pero seguimos bajo el mismo guión, así que no es de extrañar que nuevamente nos veamos envueltos en situaciones similares, viviendo otra vez lo mismo.

Si queremos que algo cambie, tenemos que cambiar nosotros.

Una de las tantas excusas que usamos para no cambiar, y aunque lo hagamos de manera automática y sin razonarlo, es usar a nuestro pasado como excusa, para evitar dar un paso.

Soy así, o me pasa esto porque mi padre…
Soy así, o me pasa esto porque mi madre…
Soy así, o me pasas esto porque una vez me viví…

Nuestro pasado nos termina sirviendo como una excusa más, porque claramente es más fácil culpar a lo que viví, a como me educaron o como eran mis padres, antes que hacerme responsable de eso y tomar las riendas de lo que me toca.

La diferencia entre una limitación real y una excusa, es que la limitación es inconsciente, ni siquiera sabes que existe. El resto, todo lo que te decís, son excusas. Excusas que las terminas usando para aferrarte al lugar que estás.

La excusa, la justificación, el miedo, el cambio, el problema, la solución, todo está dentro tuyo, nada es real. Tomás decisiones y decidís: o aferrarte o soltar.

Cuando realmente estamos dispuestos al cambio, ahí, dejamos de lado todo lo que nos decimos y vamos por ese cambio.