La importancia de cambiar la percepción que hemos construido de nuestros padres

La madurez emocional implica también el trabajo de cambiar la percepción que hemos construido, durante nuestra infancia y juventud, de nuestros padres. No importa lo que pudieron o no hacer, nuestro bienestar emocional actual depende en última instancia del vínculo que hemos tenido con ellos, vínculo que sigue vivo en nuestro interior.

Cambiar la percepción del vínculo, o una palabra que me gusta mucho usar, resignificar el vínculo, para nada implica tener, forzar o sostener una relación con ellos, porque durante nuestra vida adulta ya no se trata del vínculo entre las personas, sino de la percepción y las ideas que tenemos sobre ellos, y sobre todo, las emociones que las acompañan.

No hay padres ideales, hasta sería contraproducente que existieran. Sus fallas, sus faltas, sus carencias contribuyen también a nuestro crecimiento y desarrollo. El asunto está en que aquello que ha dolido de ese vínculo, permanece como herida en nosotros, impidiendo ver en ese vínculo otros aspectos que serían positivos para nosotros.

Resignificar el vínculo es comenzar a comprenderlos desde otro lugar. Ver aquellos aspectos que hemos juzgado durante tantos años para encontrar en ellos atributos que seguramente beneficien y potencien nuestra vida.

El asunto es que se trata de encontrar el equilibrio entre todos esos aspectos. Cuando los juzgamos, nos alejamos y nos impedimos ir en esa dirección, provocando también un desequilibrio.

Cómo dijo Maya Angelou, «crecer es dejar de culpar a los padres». Y yo agrego, no solo dejar de culparlos, sino también comprender como sus aspectos, tanto positivos como negativos, esconden aprendizajes que debemos integrar para beneficio de nuestra vida.