Construimos lo que somos, no lo somos, lo construimos. Y hay una gran diferencia entre ser y construir.
Nuestra personalidad, lo que creemos que somos o al menos como nos definimos a nosotros mismo, la fuimos construyendo durante nuestros primeros años de vida, donde decidíamos entre esto “soy” y esto “no soy”.
Todo esto se da en función de lo que nos van diciendo, sobre todo por lo que nos decían nuestros padres y las experiencias que vamos viviendo.
Imaginemos que nuestro padres nos dice que tenemos que ser de determinada manera o tenemos que comportarnos de cierta forma. Para nosotros, esas palabras funcionan como mandatos, aprendemos que para conseguir la aceptación de nuestros padres tenemos que ser o no ser como ellos nos dicen.
También, suele sucede lo mismo con experiencias que vemos en nuestras casas. Imaginemos que siempre que vemos que nuestros padres se pelean porque uno le dice al otro que no puede ser que no ayuda con las cosas de la casa y que lo único que quiere hacer es estar sentado mirando televisión.
De a poco, comenzamos a comprender que el estar continuamente haciendo, es bueno, y el estar relajado sin nada para hacer, es malo.
Armamos una mochila donde ponemos todo lo que creemos que tenemos que ser.
Esa personalidad que vamos construyendo, con todas sus características o aspectos es como nos terminamos definiendo.
A medida que crecemos vamos cumpliendo con eso que decidimos ser. Y no es que lo seamos, sino que decidimos serlo en algún momento.
Como adultos, defendemos todas esas características de nuestras personalidad de forma inconsciente , si yo soy de determinada manera, y hace años que soy así, tengo que actuar de esa manera que digo ser, sino terminaría yendo contra lo que creo que soy. Y parecerían que las cosas a nuestro al rededor nos muestran que somos así, pero es al revés, tenemos la creencia tan firme que somos así, que inconscientemente todo se va acomodando para cumplir esa creencia, para no dejar de creer en lo que creemos.
El tema viene cuando aparecen conflictos y aunque no nos demos cuenta, nos resultaría de mucha utilidad ser de la manera opuesta.
Vamos a poner un ejemplo y así va quedando más claro. De chico me enseñan o veo, que tengo que ser puntual, siempre, pase lo que pase. Entonces yo me voy construyendo con esa creencia y la voy incorporando a mi personalidad, la voy poniendo en esa mochila que dijimos.
Tanto creo que forma parte de mi, que hasta llego a halagar eso de mimos, pero puede llegar el momento que ese aspecto me comience a generar conflictos, puede ser que vea a alguien que no es puntual y me moleste o puede ser que me exija demasiado para cumplir los tiempos prometidos. Y lo que terminamos haciendo es aferrarnos a ese aspecto, no soltarlo y no permitirnos ser de otra manera, porque aparece el “pero yo soy así” o “como voy a ser de otra manera” impuntual en este caso.
Imaginemos por un momento qué sería de nosotros si dejáramos de lado todo lo que creemos que somos. Es casi como desaparecer, dejo de ser lo que soy, lo me define.
No tiene nada de malo ser o no ser de una manera u otra, el tema está en que muchas veces esos aspectos, que decidimos incorporar a nosotros en determinado momento, pierden utilidad hoy en día o no sirve frente a determinadas situaciones.
Estamos una gran parte de nuestra vida poniendo en esa mochila lo que más adelante tenemos que comenzar a sacar porque la flexibilidad entre lo que “soy” o “no soy” termina resultando clave en el bienestar emocional.